jueves, 13 de septiembre de 2007

EL HOMBRE QUE TENIA ASCO DE SU PROPIO SEMEN

Me he topado con sujetos extraños a lo largo de mi vida, pero este especimen realmente me ha sorprendido.
Lo conocí chateando, un día me agrego al msn, suelo preguntar de donde sacan mi correo cuando pasa esto, supongo entonces que le habré preguntado, pero no recuerdo la respuesta. Con el paso de los días hablamos algo, descubrimos gusto común por viajes en carpa, comentario de él de que justamente había comprado una y quería estrenarla. Que por qué no nos íbamos juntos de viaje a la costa. Yo nunca me achico, no lo hice tampoco esta vez. Lo consulté con G. que ya para esa época se había convertido en una especie de asesor personal. Me dijo que sí, que vaya. También dijo algo de que si me mataba y me tiraba al costado de la ruta. En fin, decidí dilatarlo un poco, pero finalmente, lo desafié a viajar al norte - yo iba para aquel lado-, pensando en una respuesta negativa. En verdad me sorprendí cuando aceptó.
Los días siguientes los dedicamos a planificar nuestro viaje, sin siquiera conocernos personalmente, lo cual era difícil por la distancia que nos separaba. Creo que hablamos por teléfono y su voz y forma de hablar me tranquilizaron un poco, no parecía un asesino serial. De todas maneras, me inquietaba un poco la idea de compartir una semana en carpa con una persona cuya cara, gestos, desconocía por completo. Y claro, la idea del asesino serial seguía dando vueltas en mi cabeza.
Finalmente encontré una buena excusa. Un trámite me llevó a su ciudad y le propuse tomarnos un café y definir de paso el tema de los pasajes. No me gustó, nada. Pero no tenía cara de asesino serial. Claro que creo que esto último no había sido el motivo verdadero de mi viaje, en el fondo, sabía que si viajaba con un tipo durante una semana, durmiendo juntos en una carpa, era más que claro a qué íbamos. De todas maneras, el hecho de que no me gustara no modificó mi decisión de seguir adelante con este plan.
Si hasta apostamos con G. El cree que me conoce, entonces me dijo:
- Te conozco, vas a terminar cogiendo.
- No, si no me gusta- Esta respuesta nada tiene que ver con que G. sepa mejor que yo lo que yo voy a hacer, sino con que yo soy capaz de hacerme creer a mí misma que no va a pasar nada con determinada persona, hasta el mismísimo momento en que está por ponérmela.
Y apostamos. Sexo oral que es algo que nos gusta a los dos -y a quién no?. A la vuelta vemos.
La verdad es que J. (mi compañero de viaje), tiene buena onda, pudimos hablar de casi todo, y así pasamos el primer día juntos. El día no es problema, la noche sí. Cuando fuimos a acostarnos nos quedamos charlando un rato. Le dije, yo voy a dormir, estoy cansada. Yo duermo boca abajo, empezaron los masajes. A mí me pierden los masajes, ya lo dije. Siempre se empieza por encima de la ropa, para pasar después a la piel, terminar desabrochando el corpiño -porque molesta. Desde ahí todo es fácil, ya no le cuesta a mi compañero darme vuelta. Beso. J. se quedo un rato tocándome las tetas. Acá tengo que hablar muy bien de él. No se si me he topado con compañeros que no han encontrado mi punto, de hecho creo que ni yo puedo encontrarlo, pero la forma en que me tocaba los pezones fue nueva en cuanto a las sensaciones que me provocó. Me excitó mucho, casi al punto del orgasmo. Después me empezó a chupar mientras bajaba la mano y empezaba a tocarme el clítoris. No tardé mucho en acabar, y siguió. Siguió sin atinar siquiera a meterme un dedo, lo que tuve que pedir yo en un gesto desesperado. Supongo que también con gesto torpe y desesperado, le habré tironeado el pelo y bajado su cabeza para pedir lo que más disfruto del sexo. No voy a decir que me desilusionó, pero debo reconocer que J. es mucho más hábil con las manos que con la lengua.
No en qué momento se puso el forro, pero antes de que pudiera acabar por segunda vez me subió encima de él. Y mientras yo me movía, el me siguió tocando, el clítoris con una mano, los pezones con la otra. En el norte de noche hace bastante frió, pero en esa carpa diminuta la temperatura debía superar los 30º. Cuando acabé otra vez, toda transpirada, me quedé un rato tumbada encima de él, todavía sintiéndolo adentro mío, esperando que se desacelerara un poco mi respiración. J. me acariciaba la espalda y esperaba.
Ya recuperada, me reincorporé, le saqué el forro y empecé a chupársela. Fue fácil seguir el ritmo que el me fue indicando con gestos, empezó a masturbarse para dejarme después a mí imitar sus movimientos, con la mano y con la lengua.
Acá debería aclarar que ya han pasado varios años de la desaparición de mis prejuicios con el sexo oral. En otra oportunidad contaré como fue mi primera experiencia en una práctica que disfruto, y mucho. También debería agregar que no trago, no porque me de asco, a esta altura de mi vida pocas cosas me dan asco. Pero no me gusta el sabor del semen. Cuando mi compañero siente venir su eyaculación espero siempre un gesto de su parte, pero no para correrme sino porque me gusta en verdad que acaben en mi boca. Claro, no trago, tampoco escupo, solamente lo dejo caer, me limpio la boca y, algo que disfruto enormemente es hacer un collage con mis manos llenas de semen en la panza de mi partenaire.
Eso hice cuando acabó J. Pude ver su cara de odio. Una cara que en los días subsiguientes se me hizo familiar, creo que somos tan distintos que todo (o casi) lo que yo hacía lo ponía de malhumor. Cuando cogíamos lo único que le molestaba era eso, el collage. En ese momento intentó vengarse de mí tirándome encima de él para hacer un collage con mi cuerpo también. Como si me molestara.
Como ya dije, fueron varias las situaciones en que noté que J. se ponía nervioso y veía un gesto en su cara, un gesto que dejaba ver sus ganas de mandarme de una patada de vuelta a mi casa, claro que estas situaciones no eran provocadas intencionalmente por mí, salvo el tema del semen. En cada encuentro que tuvimos volví a hacer lo mismo, solo para ver ese gesto que terminó finalmente por divertirme.
En el viaje de vuelta charlamos sobre nuestra incompatibilidad. El me odia por como soy en estado natural, yo a él no lo odio, sino que me resulta cómico. Nos reímos mucho de algunas discusiones que tuvimos a lo largo de la convivencia y podríamos decir que hasta hicimos las paces. En el medio de la noche, mientras J. dormía, igual que todo el colectivo, aproveché la impunidad de la oscuridad y la mantita que nos tapaba a los dos para hacerle una paja. Primero se desperto e intentó frenarme, pero finalmente desistió y se dejó hacer. No le vi la cara, pero noté lo tenso que se puso cuando iba a acabar. Cuando terminó me agarró la mano fuerte, claro, no sabía que yo tenía preparada una servilleta de papel. Cuando se la di respiró aliviado.
Todavía hablamos de vez en cuando y el ofrece sus servicios para mis épocas de sequía. Yo siempre le recuerdo nuestro viaje y entonces el agrega:
- Yo con ud. no vuelvo a hacer un viaje tan largo, no más de tres días.